martes, 8 de enero de 2008

Mi primera escuela

Mi primera escuela

Aunque suelo ir a menudo, esta vez fui deliberadamente para ayudar a la memoria a recordar mi vida allí , y escribir este relato. Fui solo y recorriendo el mismo camino fueron emergiendo como si se tratase de un fiel registro momentos infantiles con una fidelidad que asombra, reproduciendo en mi las mismas sensaciones y emociones ya olvidadas.

Separaban la escuela de mi casa 4 o 5 km., tenia que atravesar casi todo el páramo aquel por un camino que me llevaba ,más abajo, a la carretera ,antes de tierra, ahora de negro asfalto. La escuela se veía ,allá a lo lejos , con su gran pino piñonero de gigantescas dimensiones ,que la distinguía ,la situaba sin lugar a dudas a pesar de la distancia . Aun hoy sigue estando allí, sigue viéndose desde la lejanía, se diría que todo sigue igual ,la mujer de la casa haciendo la comida , arreglando los animales, los hombres por el campo trabajando.

La casa Requena, típica vivienda de campo, como todas, al entrar tardabas unos segundos en ver claro , enseguida sin darte cuenta veías a la derecha al fondo la cocina de leña y en la lumbre algún tiesto, alguna olla, algún puchero de barro humeando en silencio. La casa era muy grande, tenia muchas dependencias, la vivienda ,sencilla, propiamente dicha , en donde la chimenea encendida era el alma de todo; detrás la bodega, el corral y adosada la Escuela.

El comienzo de curso, en otoño por la vendimia que nos regalaba su trajín de carros y tractores cargados de uva y con las cuadrillas de vendimiadoras agachadas sobre las cepas realizando su tarea mientras comentaban algún suceso o chisme reciente “ chica t’has enterao lo que le ha pasao a..” y el monótono tit-tit de las tijeras , incesante , ponían una nota de color y alegría en aquellos campos por lo general bastante solitarios y eso de niño se agradece mucho. Los remolques llenos de uva dejaban su carguío de racimos en las bodegas en donde la máquina más moderna era una bomba que parecía una pequeña locomotora , que como todo funcionaba a mano . Me gustaba jugar allí al escondite o simplemente curiosear entre los conos o empujar el palo de la prensa, a mi todo este proceso me parecía de lo más interesante y misterioso con aquella penumbra, con aquellos enormes conos y todo ese trasiego de canalillos y prensas en donde rezumaba el dulce mosto, y el olor, aquel olor a uva que lo inundaba todo, el campo, el aire, los lápices, los cuadernos, y que aún hoy por la vendimia, al principio del curso escolar, vuelve con el otoño y se diría que también en mi vuelve el niño que fui.

El camino hacia la escuela era algo vivo, bucólico, flanqueado de hinojos y amapolas en primavera y perfumado romero y tomillo todo el año, tenia una relacción de afecto con aquel camino tan modesto tan sencillo y tan humano, luego cuando se entroncaba con la carretera, aunque también de piedra , ya era otra cosa .Llevaba colgado del hombro una cartera de cuero marrón o de “material” dentro un lápiz , una libreta y la merienda para la tarde. Cuando llegaba a la Casa Mira dejaba de ir solo, dos o tres niñas según los días venían conmigo, íbamos andando, jugando y de vez en cuando nos entreteníamos en algún sitio, recuerdo que a mitad de camino estuvieron durante algún tiempo haciendo un pozo y luego lo abandonaron sin éxito.

La Escuela, junto a la casa, tenia rudimentario aire oficial, con su fachada de cal donde la única concesión al ornamento era un ocre rojizo, zócalo que circundaba el perímetro las ventanas y el balcón. Por una angosta y empinada escalera se subía donde estaba ubicada la única aula. Según se entraba a derecha, se veía ,en su caballete, la negra pizarra , a la izquierda los pupitres ,dos grandes ventanas permitían una buena iluminación natural en la clase.

La maestra era joven y creo que de Villena, solo tengo algunos vagos recuerdos de ella. Un día llegue tan contento a mi casa por que me dijo:” Bernardito dile a tu madre que ya sabes sumar” y yo me sentí que había subido el primer escalón del conocimiento y me dije: esto funciona; a veces me ponía alguna muestra para hacer en casa con algún mensaje para mi madre sobre algún aspecto concreto de mi comportamiento. La hora de entrada a la escuela era un tanto imprecisa, cada uno llegaba cuando podía y se unía a la clase si más.

El material escolar ,rudimentario y escaso, consistía en un lápiz y una libreta de dos rayas ,el papel era un bien mimado y se aprovechaba al máximo cada hoja “mira este trozo de papel para hacer cuentas y no tires esa libreta que tiene hojas limpias”, eran comentarios cotidianos. Entonces ,todos éramos ecologistas ,sin saberlo. Aquella escasez en las cosas nos permitía, si embargo ,valorarlas en lo que por su utilidad tenían, un aspecto este que contrasta con el despilfarro de hoy ; se diría que aquella escasez nos unía con lo mas elemental , con la vida ,nos humanizaba tenia algo de entrañable quizás ,será que la sencillez que no la indigencia nos devuelve a la naturaleza donde pertenecemos.

Pronto todo aquello fue quedándose solo, vacío, el progreso que venia como una implacable locomotora empujaba la gente al pueblo. La incipiente industria del mueble prometía mas que el duro y rudo trabajo del campo y el agricultor se reciclo en improvisado ebanista, marmolista o albañil. Yo como todos también me vine al pueblo y aunque aquello lo recuerdo con cariño recibí el cambio con alegría.

Poco a poco se fueron apagando los candiles los quinqués y las voces que se oían a lo lejos. Ahora la mayoría de las casas están ,también la escuela, en ruinas y alguien amparados por el abandono y la noche les ha quitado las tejas.

Se va la tarde ,el crepúsculo pinta de rojo el horizonte ,un frío soplo de viento mece las plateadas ramas de olivera , el uh-uh de un mochuelo se oye misterioso y un denso silencio lo inunda todo .

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